Nos parábamos siempre, sin excepciones, a comer un pedazo de pizza en El Destino, que – jurábamos – era la mejor pizza del mundo.
La realidad personal, una vez que se cimienta, es inmóvil, eterna. Uno sabe que la historia ha transcurrido, que la evolución no solo nos trajo hasta aquí, sino que nos sigue llevando. Uno entiende del tiempo, lo ve en los relojes, los espejos y las fotografías. Pero parece que, con respecto a algunos lugares y hechos – y más aún mientras las pruebas escarceen – uno no ha terminado de comprarse del todo eso del discurrir.
Por ejemplo, me siendo personalmente agraviado cuando regreso a Buenos Aires después de 30 años y El Destino ya no existe. Hay una parte tácita en la oración precedente: «… ya que antes había existido siempre»
Y desde entonces, cada tanto, tratando de recobrar mi historia, busqué evidencia fotográfica de mi Destino. No solo no lo encontré, sino que aquello que encontré demuestra que para que mi pasado añorado haya ocurrido, hubo que derrumbar otros pasados… vamos por partes:
El Destino ostentaba, en la marquesina que cubría la entrada de la ochava, un anuncio iluminado, de proporciones exageradas y por entonces sin iluminación, que se componía casi enteramente de una enorme letra zeta. Desde chico, pasando por delante tantas veces, el cartel me llamaba la atención, ya que a pesar de los devenires de los asuntos humanos, nunca imaginé que destino se escribiese o, en algún momento se hubiese escrito, con zeta.
Así que, recurriendo a mi estrategia usual para circunstancias donde las cosas de Buenos Aires pedían aclaraciones, le pregunté al abuelo.
Ahora bien: que conste que el abuelo era una persona con gran experiencia de vida, una memoria quizás no tan extensa como su experiencia, mucha imaginación y un rechazo casi instintivo a declarase en ignorancia de cualquier asunto; y que como corolario de todas estas características, tendía a transponer información en lugar de invención y viceversa.
En este caso, sin embargo, estimo que su aporte fue certero. Por un lado es suficientemente lógico y por el otro la explicación incluye el camino a Mar del Plata, un tema en el que Don Víctor era sin duda alguna una autoridad indiscutible.
La zeta – me dijo – representa una serie de curvas muy ceñidas, un zigzag fatal en la antigua ruta a Mar del Plata, la ruta 1. Y más allá de otras contribuciones, que ensanchan pero no desmienten esta explicación, aún creo en la veracidad de esta explicación.
Lo que cambia, cuando uno se mete a comprobar los hechos, es fundamentalmente todo el mundo de proporciones en que vive su propia historia. Es el mismo fenómeno que nos confronta cuando meditamos sobre tamaños absolutos de universos y tiempos, pero en una escala tan humana que se nos iba colando en el andamiaje sin que nos diéramos cuenta.
La misma esquina que “siempre” albergó a la pizzería El Destino resultó haber sido predio de un hermoso Almacén Del Destino sesenta años antes, cuando avecinaba la quinta de los Lezica. Se podría suponer que de almacén pasó, con el tiempo, a pizzería. Pero entonces, de donde salió la zeta? De todas maneras, la transformación tampoco fue tan fácil: entre un Destino y otro hay, al menos, una demolición, una construcción y otra pizzería: La Cumbre.
Me supongo que cuando, una vez más, el lugar cambió de nombre – y posiblemente de dueño – los ecos del antiguo almacén confluyeron con la triste celebridad de un pedazo de ruta Argentina, y de la suma salió una nueva identidad visual.
Por lo que reconstruyo, El Destino – mi Destino – nació casi al mismo tiempo que yó. No me sorprende entonces que me haya parecido eterno. Por aquel entonces yo albergaba sospechas similares acerca de mi mismo.
(Las imagenes pertenecen al blog «Caballito te Quiero» – Thanks!)
Y aquí, en un grupo de Facebook, encontré al fin una foto en la cual (aunque de chanfle nomás) se ve la Z de El Destino.
¿El destino de cada uno está escrito?
¿Y el deztino? Esta parte del tuyo sí. Una porción de muzzarella con faina, un balón o un moscato, en el deztino de Fernwood street (B.C.) ¿Y quien lo escribió? ¿Lautremont?.
Tampoco conocía «Calles de Invención». ¿Cómo es posible? Me gustó y las caminé con vos.