Los poemas de mi padre
– con su voz intimamente entreverada
el arrullo de un rio disolviéndose en el agua
Y los mios, que también la llevan.
Eso sí: mas adentro, en lo hondo.
Un murmullo que llega a remolque
de viejos discos de pasta con alma de metal
y cintas regrabadas de Geloso portátil.
Que se asoma debajo de una mesa
en un bar abarrotado hacia la medianoche,
y se mezcla con el ruido de las chapitas de Coca
que desbordan mis bolsillos y lastiman mis manos.
Que vuelve desde noche en un patio de Ventas,
o por el auricular del teléfono del Rojas.
Y entra por los buzones de la casa de Humbolt,
la de Cook, la de Winton, y la de tantas otras.
Viene porque mi voz nunca ha sido otra cosa
que su voz como viento en las velas de mi alma
Viene porque mi voz nunca ha sido otra voz
sino una bola de nieve, o un eco lejano,
o el recuerdo de un ritmo que soñaba en la cuna
Hermoso, objetivamente (¿eso es posible?) hermoso.