Parque Olivera

Mi hermana  y yo – y posiblemente mi madre,  algunos años antes – pertenecemos a un grupo muy exclusivo de gente que viajo en el «Trencito del Parque Olivera». Los niños y padres que nos acompañaban no pueden ser contados ya que, mientras nosotros nos deslizábamos por los rieles del Parque Olivera, ellos iban por los del Parque Avellaneda…

Durante nuestra niñez, en los años sesenta, mi hermana y yo solíamos pasar, los fines de semana con nuestros abuelos. En realidad era solamente “El Abuelo”, Don Víctor, quien que se dedicaba a sacarnos de paseo los domingos por la mañana. Ahora, de mayor, empiezo a suponer que lo haría para que la abuela descansara…  Primero íbamos «al parque», y después a visitar parientes y/o amantes. Cuando uno decía «el parque», hablaba o bien del Chacabuco (del viejo, intacto Chacabuco con sus fuentes y sus paseos inacabables, no de los retazos mutilados que nos han dejado los milicos) o del Olivera. Y si era el Olivera era para andar en el trencito.

Fue recién cuando, ya adolecente, quise regresar al parque con mis amigos, que me enteré de su nombre contemporáneo. Automáticamente asumí que el cambio de nombre habría ocurrido en tiempos relativamente recientes (incluyendo una generosa extensión del concepto hasta la niñez de mi propia madre) y que el abuelo simplemente se había negado a actualizar el nombre, como ocurría también con su coche, su heladera o su lavarropas.

Pero hoy encontré una foto antigua del trencito, con una pequeña reseña ad hoc, y me llamó la atención que no hubiera mención del viejo nombre. Una búsqueda en Google por «Parque Olivera Buenos Aires» me llevó a toparme con varios sitios que repiten textualmente este sorpresivo párrafo: ‘El 28 de marzo de 1914 se inauguró oficialmente el mencionado parque con la denominación de «Parque Olivera». El 14 de noviembre de ese mismo año recibió finalmente su denominación actual’

O sea que,  quién sabe por qué razón, mi abuelo se empeñó en perpetuar un nombre que el parque solo vistió por poco más de medio año, y a principios del siglo XX.

Y en un lugar privado y familiar del mundo el parque aún tiene ese nombre; porque yo tampoco cambio mis mapas fácilmente. Hace 33 años que vivo en una lejana ciudad del Canadá  y cuando me refiero a su geografía aún uso los nombres y los paisajes de cuando llegué.

My abuelo murió hace tantísimos años, cuando el parque, para mí tenía  sólo un nombre. Pero aún hoy, a través del tiempo y la distancia, Don Víctor me sigue ayudando a conocerme.

Oración

Que alguien perdone al soldado
que acataba órdenes con los ojos cerrados.
Que alguien perdone al General, al Coronel
al Almirante, al Oficial, al Cabo.
Que alguien perdone al hombre
que se sentó a la mesa cada noche,
después de comprar con obediencia
su parcela de poder de cada día.
– Las manos impecables, el pan blanco
la mujer, los hijos. Y la sangre escondida
en un bolsillo del uniforme,
o en la guantera del Ford Falcon –
Que alguien perdone al policía, al delator,
al especialista en sufrimientos,
a su cómplice médico y al matón,
al conductor de coches o camiones,
que trasladaron tantos a lugares sin nombre,
al piloto, a la tripulación
que sembraron fosas de agua en la noche.
Que sea Dios quien los perdone:
el inefable Dios en que dijeron creer,
o las víctimas, si ellos así lo elijen.
Pero no la justicia. No la historia.
Que no los perdone la memoria
de la gente, y sobre todo, que jamás
reciban la gentil misericordia
de poder vivir en paz consigo mismo.

Victoria, BC. 4 de Enero del 2017

Calles de Invención

Camino calles que nunca existieron,
pergenios de la memoria dormida
– Rivadavias inventadas,
Boedos oníricas –
Cruzo la gran avenida,
de tránsito lento y ralo,
para encontrarme cafés,
boutiques, mercados,
Lugares que recuerdo de otros sueños
– o tal vez, hoy sueño que recuerdo –
Esquinas de ochavas tan redondas
que busco trazarlas con la mano,
rincones lustrados por la profilaxis del sol,
raíces explotando las veredas,
baldosas tibias que piden a mis pies descalzos,
y un arroyo continuo y cristalino
corriendo junto al cordón.
Extraño a esas calles
más que a las de mi memoria,
o a mi juventud, o al niño
Las extraño
como a mi mismo.

Los poemas de mi padre

Papá en Miró

Los poemas de mi padre
– con su voz intimamente entreverada
el arrullo de un rio disolviéndose en el agua
Y los mios, que también la llevan.
Eso sí: mas adentro, en lo hondo.
Un murmullo que llega a remolque
de viejos discos de pasta con alma de metal
y cintas regrabadas de Geloso portátil.
Que se asoma debajo de una mesa
en un bar abarrotado hacia la medianoche,
y se mezcla con el ruido de las chapitas de Coca
que desbordan mis bolsillos y lastiman mis manos.
Que vuelve desde noche en un patio de Ventas,
o por el auricular del teléfono del Rojas.
Y entra por los buzones de la casa de Humbolt,
la de Cook, la de Winton, y la de tantas otras.
Viene porque mi voz nunca ha sido otra cosa
que su voz como viento en las velas de mi alma
Viene porque mi voz nunca ha sido otra voz
sino una bola de nieve, o un eco lejano,
o el recuerdo de un ritmo que soñaba en la cuna

Excepto la oración

Excepto la oración
– esa oración: tu nombre
no tiene forma la palabra
cuando te extraño

Si no encuentro tu cuerpo
a mi piel se agarra la piel
del vacio que me sofoca
– hermético guante negro

Si tus ojos no me miran
tu voz no me llama
tu mano no me busca
Si duermes y no me sueñas
Entonces, no existo